Capítulo 2: Inesperado Reencuentro


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INESPERADO REENCUENTRO



Un auto negro se perfilaba a través de la espesura del bosque. Se acercaba rápidamente a la mansión de los Ardley.
Con un chillido de las ruedas sobre el pavimento, se estacionó el vehículo frente a la puerta principal. El chofer se apresuró a abrir la puerta del pasajero… Una joven angustiada descendió de la limusina y se encaminó junto al chofer hacia el interior de la casa.

Candy había llegado a Lakewood traída por George, el hombre de confianza del Sr. William a ver al Tío-Abuelo. Le rogaría si era necesario que anulara el compromiso con Neil Leagan.

- George, ¿Dónde está el Tío-Abuelo?

- Debe estar en el Salón principal esperándola.

- ¿Esperándome?

- Sí. Él Sr. William ya está enterado de su visita a Lakewood. Le avisé por teléfono de su urgencia por entrevistarse con él.

- ¡Gracias George! Te estoy muy agradecida.

- No tiene porque Srta. Candy. Particularmente tampoco comparto la idea de verla comprometida con el Sr. Leagan.

Dirigiéndose al Salón principal, Candy pensaba lo que le diría al Tío-Abuelo. Estaba segura de que no permitiría tal enlace.

- No pueden obligarme a casarme a la fuerza con alguien a quien detesto. ¡Oh Buen Señor, Ayúdame!

Llegando a las puertas del Salón, tocó tres veces y a continuación entró en la espaciosa y lujosa habitación de cuadros de ancestros, finos muebles y alfombra mullida. Tenía un nudo en la garganta y el corazón agitado. No estaba preparada para la sorpresa que recibiría en un momento.

La silueta de un hombre al final del salón sentado en una gran silla de madera tallada, de tapiz celeste; tachonada de botones dorados, mirando hacia el ventanal de la habitación; era lo que Candy observaba. No podía verlo de frente, el caballero estaba de espaldas hacia ella.

- Tío-Abuelo William, buenas tardes. Soy Candy, su hija adoptiva. Me siento contenta de poder conocerlo al fin en persona. Solo lo imaginaba a través de las cartas que Ud. me enviaba a Inglaterra cuando estudiaba en el Colegio San Pablo. Tenía tantas ganas de encontrarlo y agradecerle por haberme adoptado y hacer de mí una mejor persona.

- Tío-Abuelo, lo que también me trae aquí a verlo es que he venido a pedirle señor que no me comprometa en matrimonio con Neil Leagan. La Tía-Abuela Elroy y la Sra. Leagan me han asegurado que Ud. esta de acuerdo con este compromiso, que es una orden suya.

- Nunca he estado enamorada de Neil, al contrario; yo lo detesto profundamente. Siempre él y Eliza su hermana me han tratado mal, me han despreciado por mi condición de huérfana y hasta ahora lo siguen haciendo. Pero esto de casarme con Neil… ni en mis más aterradoras pesadillas hubiera imaginado.

- Yo no sé qué le habrá llevado a él a este súbito arranque de amor por mí. No encuentro una explicación. Lo único que sé es que no quiero ligar mi vida a esta persona…


No había respuesta alguna del Sr. William. Solo un inquietante silencio.


- Tío Abuelo, por favor le ruego… ¡No me condene a una vida de infelicidad! ¡No es justo!

Mientras decía estas palabras, ella se dejó llevar por su angustiado corazón y comenzó a sollozar.

- ¡Tío-Abuelo! ¿Acaso no me ha escuchado?


El Tío-Abuelo William se incorporó lentamente de su silla y caminó hacia el centro del salón. Vestía elegantemente de saco y corbata.
Su rostro denotaba preocupación y lástima por aquella hija adoptiva suya.

- ¡Claro que te he escuchado Candy!

Al decir el Tío-Abuelo estas palabras, Candy levantó los ojos nublados por las lágrimas… los mismos que se abrieron de asombro, haciendo con su boca un gesto de incredulidad.

- ¡A…Albert! Tu… Tu eres… ¡Tú eres el…!

- Si Candy. Yo soy William Albert Ardley, El Tío-Abuelo William.

Tras unos instantes de estupor por la confesión que había escuchado, Candy corrió hacia los brazos de Albert que ya la esperaba en mitad del salón.

- ¡Albert! ¡Albert!... ¿Es que estoy soñando?

Ambos se estrecharon en un fuerte abrazo mientras que Albert acariciaba los cabellos de Candy.

- No querida, es verdad. Soy Albert y el Tío-Abuelo a la vez. Siento mucho no habértelo dicho antes. Fui elegido cuando era aún un niño como cabeza de la familia Ardley a la muerte de mi padre, yo era su sucesor pero debido a mi juventud y a mi posterior manera particular de ver la vida es que la Tía-Abuela Elroy, hermana de mi padre; era la que detentaba el poder… hasta ahora que he comprendido que no puedo rehuir más a mis responsabilidades.

Mirándolo a los ojos, ella lo escuchaba con atención. Tenía sentimientos encontrados por todo lo que estaba viviendo en esos momentos… Sus ojos verdes esmeralda brillaban a través de las lágrimas que poco a poco se secaban, dando paso a un rostro más tranquilo y sereno. Ella se sentía segura a su lado.

- Candy yo no tenía idea de lo que la Tía-Abuela y la Sra. Leagan tramaban.

- ¿Entonces tú no sabías nada?

- No, no lo sabía. recién me he enterado por ti. Yo tampoco estoy de acuerdo en que te comprometas con Neil. ¡Qué absurda idea!

- Ahora qué sé que el Tío-Abuelo eres tú, tengo la confianza de que no tendré que casarme con nadie que yo no ame de verdad.

- Quédate tranquila Candy. No permitiré este compromiso. Ven Conmigo.

- ¿Adónde vamos?

- Necesito un poco de aire fresco. Vamos a dar un paseo por el bosque.

- Sí, me parece bien Albert.

Albert y Candy pasearon durante varios minutos por los alrededores de la mansión. Él le relataba con detalle sobre su designación como nuevo regente de los Ardley. Ella le contaba los momentos difíciles que pasó en la casa de los Leagan cuando la Tía-Abuela Elroy, la Sra. Leagan, Neil y Eliza la presionaban para que acepte el compromiso.

- La Tía-Abuela a partir de ahora ya no tendrá amplia decisión sobre los asuntos de la familia Ardley. Seré yo quien tome las decisiones. Así que no temas, yo te protegeré de cualquier acción que ellos puedan hacer contra ti.

- ¡Gracias Albert! Me siento tranquila contigo siempre cerca de mí.

- Querida, yo tengo un gran afecto por ti, desde que te conocí aquella vez que te rescaté del caudaloso rio. ¿O es que no lo sabes aun?

- Si Albert, eres como el hermano mayor que no tuve. Siempre te encontraba en mis momentos más tristes, en los alegres también. Tus palabras y tus consejos me confortaban. Tan considerado y delicado conmigo. ¡Por eso te adoro!

Candy se acercó hacia Albert y le dio un beso en la mejilla, reclinando su rubia cabellera sobre su hombro y abrazando su cintura. Él se sintió sorprendido por esta demostración de afecto.

- ¡Caray! Vas a hacer que me sonroje, ¿Eh?

- ¡Ja, Ja, Ja, Ja!... Albert…

Llegaron a un lugar de la casa que ella conocía muy bien. Un enrejado colmado de rosas los recibía. El agradable olor de las flores impregnaba el aire.

- ¡El Portal de las Rosas! ¡El lugar donde conocí a Anthony por primera vez!

- Y estas son las “Dulce Candy”…

- ¡Cuántos recuerdos me trae este jardín!

- Jamás hubiera pensado que nos dejara tan joven, Candy. El y mi hermana Rosemary…

- Su madre falleció cuando Anthony tenía cuatro años. A ellos les gustaba este lugar. Anthony jugaba de pequeño con su mamá escondiéndose entre las rosas.

- Son nuestros recuerdos Albert…

- Debo parecerte muy sentimental. ¿No Candy?

- Para Nada.

- Ven. Sigamos caminando…

El rumor del sonido de un rio cercano, indicaba que estaban en los portales donde Candy conoció a Stear y Archie…

- ¡Oh Mira! Los Portales de Agua y de Piedra. Stear y Archie. Mis queridos amigos… tengo recuerdos magníficos de ellos, de Anthony.

- Stear, Mí querido Stear. Ojalá hubiera yo entendido lo que me querías decir con tu silencio en el andén del tren cuando me fuiste a despedir aquel día que viajaba a New York para ver debutar a Terry en Broadway. Pensar que no te vería nunca más…

- También es para mí doloroso el haber perdido a Stear. Iré pronto en estos días a Francia a recibir sus restos y traerlos a casa.

- Albert… ¿Porque? ¿Por qué tenía que ser él? Patty esta desconsolada con su pérdida.

- Tenemos que ser fuertes Candy. La vida nos hace pasar duras pruebas a veces. Está en nosotros el saber superarlas. ¡Pongamos todo nuestro ánimo y coraje en lograrlo!

- Como siempre, tus palabras siempre me confortan….

- El sol se está ocultando. Ven, retornemos a la casa.

Regresaron a la mansión. La tarde avanzaba. Eran las 5:30 p.m. Albert encendió la chimenea del salón. Hacia frio. Candy preparó un exquisito té y ambos se sentaron a disfrutarlo en el comedor.

- ¡Brrr! Que frio que hace…

- Tu té está delicioso… ¡Ummm! Parece que te has perfeccionado un poco, ¿eh?

- Bueno… Sí. Tu sabes que soy un desastre cocinando… ¡Ja, Ja, Ja, Ja!...

- Candy, supongo que debes estar cansada de tantos problemas que has tenido últimamente. ¿Por qué no regresas a Pony’s Hill con los tuyos? Pienso que el visitar tu casa te haría olvidar los malos ratos aquí en Chicago.

- ¿Lo crees así Albert?

- ¡Claro que sí! Quiero que recuperes esa frescura y energía tan propias de ti. Tu sabes que deseo lo mejor para tu vida.

- Pero… ¿Y mi trabajo con el Dr. Martin?

- ¡Vamos Candy! El Dr. Martin comprenderá tu decisión. El también querrá lo mejor para ti.

- ¡Está Bien! Me has convencido… iré a Pony’s Hill… ¡Oh! Hemos olvidado algo…

- ¿Y qué es?

- Aún tengo que presentarme ante la familia Leagan y sus invitados como prometida de Neil.

- ¡Caray! Es verdad… pero no te preocupes Candy, yo solucionaré eso. Solo preséntate ante ellos como si nada supieras de nuestro encuentro. Te prometo que estarás libre de ese compromiso mañana mismo. Confía en mí.

- Ahhh… ¡Qué Alivio…!

- Se hace tarde. George te llevará de vuelta a Chicago.

Saliendo del salón, Albert se asomó al pasillo. Vio a George en la salita de estar enfrascado en la lectura del diario donde las noticias más resaltantes eran las referidas a la guerra en Europa.

- George… George…

- ¿Señor?

- Por favor, lleva a Candy a su departamento.

- Con todo gusto Sr. William.

Dejando el diario, George fue a alistar el auto. Albert y Candy caminaron hasta la puerta principal. El auto ya esperaba a Candy para llevarla a su departamento en Chicago, el mismo departamento que ellos compartieron juntos mientras Albert recuperaba la memoria.

- Suba por favor, Señorita Candy

- ¡Gracias George!

Cerrando firmemente la puerta, George rodeó la limusina para abrir su puerta y tomar asiento al frente del volante. Encendió el motor.

- Ten confianza Candy.

- La tendré Albert.

- ¡Hasta Mañana Entonces!

Los dos se despidieron con una sonrisa, mientras el auto comenzaba a moverse lentamente. Las luces de la gran ciudad se podían distinguir ya a lo lejos.


キャンディ・キャンディ


                                            






































1 comentario:

  1. muy interesante y me gusta como esta narrado, no se si sea muy exacta la traduccion, pero mu gusta muchisimo

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