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REUNIÓN EN PONY’S HILL
Albert estaba ya ideando una sorpresa para ella. Y tendría que ser mañana mismo. Regresando al salón, buscó a los chicos para hacerlos partícipes de la sorpresa que le daría a Candy.
- Chicos, quiero darle una sorpresa a Candy y cuento con ustedes.
- ¿Con nosotros? - Dijeron Annie, Archie y Patty a coro.
- He planeado hacerle una fiesta sorpresa de Bienvenida a Pony’s Hill. Ella se lo merece por el mal rato que tuvo que pasar hoy. ¿Qué dicen? ¿Les gusta la idea?
- Si Albert, claro que sí. A mí me parece una idea estupenda –dijo Annie- ¿Y a ti Archie?
- Cuenta conmigo Albert. Nada me haría más feliz que ser parte de la sorpresa y felicidad de mi amiga.
- Es simplemente genial tu plan Albert –dijo Patty.
- Como ella se va mañana, debemos de apresurarnos en afinar los detalles. Por ejemplo tú Annie, mañana envías un telegrama a la señorita Pony avisándole que iremos. Y tu Archie, mañana vas a primera hora a comprar los boletos del tren a La Porte para todos. Y tu Patty, a ti te encargo adquirir una bella tarjeta y el regalo que según creas le guste más a ella.
- Yo me encargaré de tener las provisiones que se necesiten para fiesta listas para llevarlas allá. George partirá con las provisiones ni bien aclare el día rumbo a Pony’s Hill. Debemos estar horas antes de que ella llegue. ¿Están de acuerdo chicos?
- Si Albert, mañana temprano iré a la oficina de correos a enviar el telegrama –dijo Annie-
- Compraré los boletos del tren expreso, que no hace paradas en el camino para llegar más rápido a Pony’s Hill.
- Buscaré un regalo especial para Candy – dijo Patty-
- Entonces todo está acordado -dijo Albert- A Candy le hará feliz el vernos allí y sentirse acompañada por todos los que la queremos de verdad. Pues entonces, no perdamos más tiempo. Vayan a casa que esta reunión está por acabar. Y los veo mañana en la estación del tren a las 10:45 a.m. ¡Hasta Mañana!
- ¡Hasta Mañana Albert! -Dijeron los tres a coro-
Los chicos vieron como Albert se dirigía hacia los invitados que ya se retiraban y los despedía con un fuerte apretón de manos y un delicado saludo en el caso de las damas.
- Que diferencia el Albert que estamos viendo de aquel que estábamos acostumbrados a ver. Tan sereno, amable y cordial con sus invitados. El ser ahora la cabeza de la familia Ardley, le ha supuesto adaptarse a ciertas formas y maneras que usualmente no mostraba. Tan jovial y alegre como lo conocimos – Dijo Archie-
- Es verdad, Albert ha tenido que cambiar también un poco su aspecto, ahora más elegante y formal –dijo Annie.
- Coincido con ustedes en su apreciación –dijo Patty-
- Pues bien Chicas, ya son las 7:30 p.m. vámonos a casa y preparémonos para realizar mañana temprano los encargos que Albert nos encomendó –dijo Archie.
- Si, vamos, vamos –dijeron Patty y Annie.
La mañana plena de sol, con el cantico de los pajarillos, empezaba. Candy empacaba sus cosas apresuradamente. Sabía que debía tomar el tren que la conduciría al Hogar de Pony a las 12 del día y llegaría 3 horas después. Revisaba en cada uno de los cajones de la cómoda si había olvidado alguna prenda. Abrió el armario y retiró sus bellos vestidos. Todo lo colocaba en un par de maletas medianas. Separó el traje que iba a usar para el viaje y sentándose al filo de la cama, tomo unos minutos de descanso. Quedó observando de una de las maletas aún abiertas, el uniforme de enfermera que solía usar en la “Clínica Feliz” del Dr. Martin.
Mi uniforme…cuantos recuerdos me trae. El día que me gradué de enfermera de la academia de la señorita Mary Jane. Ella me enseño como debía ser una buena enfermera, la dedicación a los pacientes y siempre brindar una sonrisa, una palabra amiga a aquel que lo necesita. De todas las chicas con quien laboré, Flammy es a quien recuerdo siempre. ¿Cómo estará ella? Tenía un carácter áspero conmigo, no pocas veces se enojó cuando hacía algo que la molestara. Pero ahora sé que se hacia la fuerte para no sufrir… para olvidar la situación tan difícil de su familia. Quizá por eso era así. Quizá no tuvo una niñez feliz como la tuve yo. ¡Oh! Espero que ella haya vuelto del frente de batalla en Europa.
Cuando trabajé en el hospital Santa Juana, bajo la dirección del Dr. Leonard, tuve la oportunidad de hacerme cargo de Albert, que había llegado de Europa herido y con una profunda amnesia. Cuando no pude atenderlo más en el hospital, decidí con Albert alquilar este departamento y llevar su tratamiento más tranquila, libre de los chismes y habladurías de la gente del hospital.
Los momentos que viví aquí, nunca los olvidaré. Las tardes en que regresaba del hospital y pasaba por el market y compraba frutas para Albert. Las tardes que compartí con él… haciendo crucigramas juntos, lavando los platos de la cena, remendando alguna prenda suya mientras él leía en voz alta las noticias del diario, los días en que…quemaba la comida y Albert tan amable y comprensivo me consolaba de mi fracaso en la cocina y me invitaba a comer al restaurant.
Las horas agradables que pasamos con Annie, Archie, Stear, Patty, Albert y Yo cuando ellos venían a visitarnos. Las locas ocurrencias de Stear y sus inventos. El día que partí ilusionada a Nueva York a encontrarme con Terry… cuando Stear se despidió de mí en la estación del tren. Mi regreso accidentado de Broadway, el dolor de perder a la persona que amas… los días grises que siguieron. El perder y hallar a mi buen Albert… para darte cuenta de que él debía seguir su camino como yo lo estoy haciendo ahora.
Miró el reloj que todavía estaba en la cómoda: 10:30 a.m.
¡Oh no! ¡Que tarde es! Aún tengo que ir a la Clínica Feliz a despedirme del Dr. Martin. Solo dispongo de una hora, debo estar 30 minutos antes en la estación para checar mi boleto de viaje.
Guardó las ultimas cosas que le faltaban colocar en la maleta, su despertador, su porta retratos, uno con las fotos del hogar de Pony, la señorita Pony, la hermana María y los niños, y otro… con la imagen de Terry y ella en una foto tomada en una máquina instantánea de las que habían en el Parque Central de Nueva York y funcionaban colocándole una moneda de 10 centavos. Al tomar el portarretrato en sus manos, Candy no pudo evitar que apareciera en su rostro una lágrima furtiva. Se les veía felices, y sonrientes… Terry abrazando a Candy y ella recostando su cabellera rubia en su hombro, teniendo como fondo el Gran Parque.
Pudo haber sido un bello amor… el destino no lo quiso. ¡Ya no quiero más sufrir!
Metió alejando de si el portarretrato en la maleta y la cerró. También la otra. Fue a vestirse y alistarse para el viaje. Había pasado media hora más desde que vio la hora en el reloj. Cogiendo sus maletas, una sombrilla y un neceser de mano, Candy salió del dormitorio hacia la sala, dio un vistazo a todos los ambientes por última vez y respirando hondo abrió la puerta del departamento, colocó su equipaje en el pasillo y la cerró. Fue a buscar a la casera a entregarle las llaves.
- ¡Señora Adams…! ¡Señora Adams…!
- Señorita Candy, buenos días…
- Señora Adams, aquí le vengo a entregar las llaves del departamento. Tal como conversamos ayer en la noche, le tenía pendiente un mes de renta por un valor de…
- $ 90.00 señorita Candy
- Aquí tiene señora Adams. Me voy con nostalgia de aquí…
- ¡Qué lástima que se vaya señorita, las vecinas la vamos a extrañar!
- Iniciaré una nueva vida en un lugar que es muy querido para mí… mi hogar, aquel que me vio crecer y hacerme mayor. Mi familia me espera –dijo Candy- con ansiedad y una dulce sonrisa en su rostro.
- Le deseo que le vaya bien en su nueva vida, de todo corazón… y no olvide que cuando guste si esta otra vez en Chicago, habrá siempre un departamento disponible para Ud.
- ¡Adiós señora Adams! Gracias por todo…
- ¡Adiós señorita Candy! ¡Que tenga buen viaje y que Dios la acompañe!
Mientras tanto, Annie ya había avisado a la señorita Pony que ellos estaban en camino y querían hacerle una fiesta sorpresa a Candy, Archie tenía los boletos del tren expreso a la ciudad de La Porte, debían partir en pocos momentos, Patty había adquirido una bella tarjeta de Hallmark cuyo motivo central era alusivo a la celebración de la amistad y también como regalo un delicado collar de plata con un pendiente también dedicado a la amistad y unos lazos de seda de bonitos diseños para el cabello.
Albert ya había despachado horas antes a George rumbo a La Porte llevando las provisiones necesarias para realizar la fiesta sorpresa. Y en el asiento trasero de la limusina, iba un traje de gala al lado de un estuche de cuero mediano donde había un instrumento musical típicamente escoces. Los chicos ya estaban en la estación central y esperaban el arribo de Albert en cualquier momento. De entre la muchedumbre vieron aparecer a Albert en ropa informal y cómoda para el viaje.
- ¡Albert! El tren ya va a partir en unos instantes –dijo Archie-
- Pues estamos en la hora. ¡Vamos subiendo al coche!
Annie y Patty subieron primero, luego Albert y Archie. Era una cabina privada para los cuatro en 1ra. Clase. Las chicas llevaban una maleta con ropa para algunos días que guardaron en los anaqueles que estaban encima de los asientos.
Un prolongado pitido del tren indicaba que el viaje a La Porte había empezado. Eran en el reloj de la estación, las 11:00 a.m.
Candy había llegado recién a la “Clínica Feliz” para despedirse del Dr. Martin. Le quedaba menos de una hora para llegar a la estación del tren.
- Llegamos señorita… permítame ayudarla con su equipaje.
- ¡Muchas Gracias!... Aquí tiene señor.
- Gracias a Ud. Que tenga buen día…
Candy fue corriendo por el pasillo de losetas hacia la puerta principal. Tocó fuertemente.
- ¡Doctor Martin! ¡Doctor Martin!
- ¡Hola Candy! te esperaba ayer… pero hoy has venido vestida diferente…
- Si doctor, yo deseo hablar brevemente con usted. La verdad doctor es que he decidido regresar a mi casa en el Hogar de Pony. Albert y yo habíamos ya hablado de ello.
- ¿Te marchas? Mmm… ya veo… ¿pero tan pronto?
- Doctor, sé que le causo una pena el no poder asistirle como enfermera en su clínica… le pido me comprenda. En este momento, necesito de mi familia y amigos. Me siento con el ánimo decaído después de tantas cosas que me han sucedido en estos últimos meses. Usted es testigo de eso.
- Lo se Candy y no seré yo quien te detenga. Eres una chica joven y tienes todo el derecho de buscar tu camino y hallar un nuevo sentido a tu vida.
- ¡Gracias Doctor Martin, yo sabía que me entendería! –dijo Candy- a la vez que lo abrazaba como una hija abrazaría a su padre.
- Lo aprecio mucho a Ud. Doctor Martin –las lágrimas aparecían en el rostro de Candy.
- Y yo a ti, mi bella pecosa –dijo el Dr. Martin al tiempo que enjugaba algunas lágrimas también.
- Bueno Candy querida, los tuyos te esperan. veo por tu equipaje que te quedaras por allá. Creo que tienes que partir. Deseo que te vaya muy pero muy bien en todo lo que emprendas de aquí en adelante. Y no te preocupes por mí, yo me las puedo arreglar solo.
- Dr. Martin…
- Anda hija, ve… ve… tu tren seguro partirá en breve…
- Hasta pronto doctor… prometo visitarlo cada mes.
- ¡Hasta pronto Candy! ¡Que tengas buen viaje!
El Doctor Martin observa conmovido como se aleja su enfermera estrella, haciendo parar una coche y partiendo rauda hacia la estación donde sería el inicio de otra gran aventura en la vida de Candy.
キャンディ・キャンディ
En el horizonte se divisaba un auto negro que se acercaba rápido hacia Pony’s Hill… La señorita Pony y la hermana María, estaban dándoles alimentos a los patos y gansos que tenían en la parte posterior del hogar. De pronto el ruido del vehículo las puso en alerta.
- Hermana María, el auto que se aproxima hacia el hogar me parece conocido.
- Es el asistente personal del Sr. William, George; quien viene hacia acá. El telegrama que recibimos hace 30 minutos decía que el llegaría con provisiones para la fiesta sorpresa. Annie, los amigos de Candy y el Sr. William llegaran después a las 2 p.m.
- ¿Y Candy? –dijo la señorita Pony-
- Candy llegará una hora después. Tendremos el tiempo suficiente para preparar la sorpresa para ella.
George detuvo en frente de la puerta principal la limosina y bajo de la misma para saludar a las maestras y a los niños que ya lo aguardaban contentos por su llegada.
- Hermana María, Miss Pony… ¡Buenos días a ustedes señoras! ¡Hola Niños!
- ¡Hola señor George! –dijeron los niños.
- ¿Cómo esta Ud. George? Es muy grato verle por Pony’s Hill nuevamente –dijo la señorita Pony.
- Si George, hace ya algunos años que no lo hemos visto… la última vez cuando llevo Ud. a Candy a estudiar a Londres –dijo la hermana María-
- Es verdad señoras, es verdad… los años han pasado y hemos visto convertirse a la señorita Candy en toda una dama…
- Y en una profesional también –dijo la hermana María-
- Tiene usted razón hermana. En algunas ocasiones me he visto atendido por ella, por unos simples malestares pero que la señorita los tomaba como de importancia. Desplegando su carisma y sus conocimientos aprendidos, la señorita Candy sabe llegar al corazón de las personas que conoce.
- Si, que no le quede a Ud. duda que Candy ama su profesión. Estamos satisfechas por lo que es ahora, una muchacha de buen corazón y pendiente de las necesidades de su prójimo.
- Bien, yo he traído desde Lakewood según el deseo expreso del Sr. William, las provisiones necesarias para la fiesta que se va a realizar. ¿Podrían indicarme por favor donde las voy colocando a medida que voy retirándolas del auto?
- Claro que si George, le pediré a los chicos que le den ayuda en este menester. Ellos lo harán con mucho agrado.
- Muchas gracias Miss Pony…
La señorita Pony y la hermana María convocaron a los niños que de inmediato aceptaron gustosos la tarea. Había entre las provisiones, fina vajilla de porcelana, cubiertos de plata, vasos de cristal… deliciosas frutas de estación, apetitosos panecillos y mazapanes, en una fuente de acero cerrada herméticamente estaban las rodajas de pavo horneadas, en otro recipiente un delicioso y suave puré, que iba a ser la delicia de los niños, una ponchera en la cual se serviría la bebida que degustarían todos y para hacer el brindis, unas botellas de vino tinto cabernet-sauvignon de la mejor cosecha. Todo empacado con especial cuidado para resistir el viaje debido a la distancia que separaba Lakewood de Pony’s Hill. Abriendo la maletera, George fue entregando a los chicos las provisiones. La hermana María y la señorita Pony llevaron hacia el hogar la vajilla, cubiertos y vasos que se utilizarían para la fiesta.
- ¡Oh! miren que cosas tan ricas hay aquí –dijo uno de los chicos-
- Sí, es verdad… hermana María ¿Podemos probar un poco?
- Compórtense niños ¿Eh? Todavía no está lista la fiesta… ¿Y ya quieren comerse los mazapanes?
- Lleven todo con cuidado niños, con cuidado –dijo la señorita Pony-
Por último, George extrajo del coche, el traje de gala que usaría Albert y el instrumento musical con el que interpretaría bellas melodías tan conocidas por Candy, los que formarían parte del mayor secreto revelado de Albert hacia ella.
- ¡Qué hermoso atuendo señor George! ¿De quién es? –preguntó la señorita Pony-
- ¡Ohhh… que bonito! –dijeron los niños-
- Este es el traje que usará el señor William para cuando la señorita Candy llegue. Sera una sorpresa para ella- dijo George- ¿Dónde puedo colocarlo para que este seguro al igual que el instrumento?
- En mi estudio señor George, allí estarán bien hasta que el señor William llegue.
- Ya que aún faltan algunas horas ¿Podrían permitirme ayudarlas en los preparativos?
- ¡Oh no! No se moleste señor George…nos sentiríamos apenadas que usted fuera a estropear su traje por ayudarnos.-dijo la hermana María.
- Para mí sería un privilegio y un placer colaborar en los preparativos- dijo George-
- Pues…Aceptamos gustosas su buena disposición a ayudarnos. ¡Muchas Gracias!-dijo la hermana María.
Mientras en el hogar se comenzaban a desarrollar los preparativos, Candy abordaba el tren en Chicago y se disponía a ubicarse en su asiento correspondiente. El silbato del tren sonó muy fuerte. El viaje hacia La Porte comenzaba.
- Bien, ya partió el tren. Espero llegar en 3 horas a Pony’s Hill. Señorita Pony, hermana María, al fin las veré otra vez. En la compañía de ellas y de los niños me sentiré mejor, libre de la asfixiante ciudad.
- Tengo tiempo para pensar en lo próximo que haré de ahora en adelante. Descansaré unos días y luego me pondré a buscar empleo en un hospital o clínica que esté más cerca del hogar. Hasta que lo encuentre, ayudaré a las maestras en el cuidado y educación de los niños…
- Recuerdo cuando quería ser maestra antes de partir a Londres a estudiar… ¿y porque no ahora? tengo más experiencia, estudios y ganas de hacer algo por mí misma y dejar de compadecerme en los días en que la nostalgia me embarga…
- Terry ¿Dónde estarás? Las revistas y periódicos dicen que se alejó del mundo de las tablas y nadie sabe de su paradero. Vuelve a ser tú mismo querido Terry, vuelve a ser tú.
- ¿Sabes?, aún te recuerdo. Será difícil no sentir amor por ti cuando vea tu imagen. Pero debo tratar de olvidarte, Susannah es quien ahora estará a tu lado. Trata de ser feliz con ella… que yo buscaré la forma de ser feliz… aún sin ti.
Más adelante en la misma vía, el tren expreso donde viajaban Annie, Archie, Patty y Albert avanzaba velozmente hacia su destino final, pasando cerca de las ciudades pequeñas. Ellos charlaban animadamente sobre la fiesta sorpresa que empezaría a las 3 p.m.
- Deben estar preparándolo todo en el hogar de Pony. Me imagino que los niños estarán contentos. Ellos no habían asistido a una fiesta desde hacía mucho. Y lo estarán mucho más al saber que Candy estará con ellos –dijo Annie.
- Candy no imagina que tendrá un especial recibimiento y que nosotros estaremos allí –dijo Archie.
- Ya estoy imaginando la cara de contenta que tendrá al vernos –dijo Patty.
- Pero lo más importante –dijo Albert- es que ella descubrirá la verdad de una pregunta que siempre se ha hecho: ¿Quién es el príncipe de la colina de Pony? Esa verdad revelada la hará muy feliz.
- ¿Y tú sabes quién es, Albert? –dijo Patty
- Si Albert, dinos quien es… -dijo Annie.
- Cuando lleguemos allá y nos encontremos con Candy lo sabrán. Por el momento no puedo decirlo. Nos quedan 2 horas de viaje. George nos estará esperando en la estación para llevarnos al hogar. Ahora que recuerdo… he traído un juego de cartas, buenas para distraernos mientras llegamos. Y para ustedes chicas, un juego de ludo.
- Gracias por pensar en nosotras –dijo Annie.
- Y bien Archie, ¿Qué dices? ¿Jugamos una mano?
- ¡Pues juguemos, porque no!
En el hogar de Pony, ya todo estaba quedando listo para recibir a Candy. La gran mesa en que se servirían los platillos y bebidas ya estaba lista. Con la ayuda de Tom, quien había llegado una hora antes trayendo de su rancho las maderas ya preparadas, George armó la mesa con la colaboración de los chicos del hogar.
- George, ¿Quedo firme el lado derecho? –dijo Tom.
- Si señor Tom, ya está firme. Ahora podemos ya poner en pie la mesa.
- Bien. Entonces a la cuenta de… tres… dos… ¡Uno!
- ¡Ohhh miren la mesa, que grande es… -dijeron en coro los niños-
La señorita Pony y la hermana María que estaban observando a través de la ventana mientras colocaban algunos adornos en la puerta, fueron a darles encuentro.
- ¡Qué maravilla! la mesa esta lista. Debemos dar las gracias a Tom y al señor George.
- Oh, no hace falta que lo diga Miss Pony. Lo hago con todo afecto hacia ustedes –dijo George.
- Si señorita Pony, me siento contento de participar en la fiesta que han preparado para Candy –dijo Tom.
- Nosotros también ayudamos… -dijeron los niños.
- Si niños, ustedes también. Hermana María, ¿no cree usted que podemos brindarles un poco de ponche de arándanos?
- Claro que sí, señorita Pony. Hay suficiente para todos. Ahora podemos colocar el mantel.
El tren expreso en el que venían Annie, Archie y Albert, estaba por llegar. Media hora antes, George había salido rumbo a la estación. La locomotora fue desacelerando lentamente. Un fuerte pitido indicaba que el viaje había finalizado. Los chicos y Albert tomaron sus equipajes y salieron en busca de la salida del coche.
- Señor William, señorita Annie, señorita Patty, señor Archibald, por aquí – dijo George- mientras les hacía ademanes con la mano.
- ¡George! ¿Todo está marchando bien? –dijo Albert
- Perfectamente señor William. Todo está casi listo. Espero hayan tenido buen viaje.
- Si George. Muchas Gracias –dijo Annie.
- Ha sido un viaje confortable –dijo Archie
- Entretenido –dijo sonriendo Patty.
- Yo diría ameno y divertido con el juego de cartas que llevé. Al final te gané la apuesta –dijo sonriendo Albert.
- El joven Tom ha llegado al hogar a colaborar en los preparativos de la fiesta. En unos momentos ira a buscar al joven Jimmy quien asistirá también.
- ¡Tom! ¡Jimmy! Hace tanto que no los veo. Me siento contenta de que estén con nosotros nuevamente –dijo Annie.
- Entonces no perdamos más tiempo. George, llévanos al hogar de Pony.
- Con todo gusto señor William. Por aquí.
Los cuatro subieron a la limusina y partieron rápidamente. Por otro lado, Candy se había quedado dormida. Un fuerte sol entraba por la amplia ventana del tren. Las cortinas protegían parcialmente su bello rostro. Su viaje desde Chicago concluiría dentro de poco. Una simpática anciana que se sentaba frente a ella, la despertó suavemente.
- Señorita… Señorita… despierte…
- ¿Eh? –preguntó Candy mientras sus ojos se abrían poco a poco.
- Lamento despertarla pero… estaremos llegando a La Porte aproximadamente en 30 minutos.
- ¿Oh si? ¿Qué hora es?
- Cerca de las 2:30 de la tarde, según puedo observar en su reloj de pulsera.
- ¿En mi reloj de…? ¡Ja, Ja, Ja!... yo tengo reloj y le pregunto a usted…
- A veces sucede así, querida –dijo la anciana sonriendo- Permítame presentarme, soy Margaret Carrington y vivo en Chicago.
- Y yo soy Candy White Ardley, también vengo de Chicago. Encantada de conocerla
- El gusto es mío. Es usted muy joven. ¿puedo tratarla de tu?
- Por supuesto señora Carrington, con toda confianza –dijo sonriendo Candy.
- Seguramente vienes a La Porte de visita…
- Pues… sí y no…
- ¿Si y no? No te entiendo querida.
- Disculpe señora Carrington, lo que quise decir es que vengo de visita pero en realidad no es una visita común. Yo vengo a quedarme.
- Ahh ¿Piensas radicar en esta bella ciudad?
- Si, aquí es el lugar donde nací, crecí y me hice mayor… y otra vez regreso a mi hogar.
- ¡Qué bueno es reencontrarse con los suyos! ¿Verdad?- dijo la señora Carrington.
- ¡Si señora, no sabe usted lo emocionada que estoy de volverlos a ver! –dijo Candy.
- Yo vengo a pasar una temporada con mi hija Amelia y mis nietos. Ella es mi única hija. Ellos me hacen sentir bien cada vez que vengo a visitarlos.
- ¡Ohhh, Que bueno por usted señora Carrington! –dijo Candy.
- Tu entusiasmo me contagia… ¡Ahhh! Divina Juventud. Es una de las etapas más bonitas de la vida. Y a propósito, ¿Qué edad tienes?
- ¿Yo? Tengo 18 años, casi 19 y muchas ilusiones para el futuro.
- Yo tengo 70 años, he llevado una vida normal, sin sobresaltos. No me quejo. Aunque hubiera preferido que mi vida sea diferente, tener un poco más de aventuras en mi vida. Hace poco me he jubilado de mi trabajo como jefa de enfermeras en el Hospital Saint James. Allí he conocido a muchas personas a lo largo de estos 50 años. He tenido muchos gratos momentos. Mi profesión la empecé jovencita a los 20 años, casi la misma edad que tú.
- ¡Qué sorpresa señora Carrington! Yo también soy enfermera, me gradué hace un año de la escuela de enfermeras de Mary Jane y también me gusta mucho mi carrera, el ayudar a los demás a restablecerse de sus dolencias.
- Querida ¡Que gusto me da encontrar a una joven colega!... más aun proviniendo de la escuela de Mary Jane, quien es una de mis amigas con que me encuentro con más frecuencia en Chicago. Nos hicimos amigas apenas empezamos nuestra profesión. tenemos una amistad de años. Trabajamos juntas en el hospital Santa Juana y años después yo me pasé al Saint James.
- Yo también estaba trabajando en el Santa Juana…-dijo Candy.
- En el Saint James conocí a mi esposo el Dr. Mallory, quien me hizo feliz hasta hace algunos años en que falleció -Yo lo quise mucho- asomaron a los ojos de la señora Carrington algunas lágrimas.
- ¡Oh! Cuanto lo siento señora…
- Bueno, bueno, dejemos la tristeza a un lado – dijo la señora Carrington mientras se secaba con un pañuelo los ojos- y dime, ¿Tienes en mente algún hospital donde trabajar aquí?
- No, aún tengo que buscar empleo.
- Mira, yo tengo una amistad en el Hospital General de La Porte. Es un hospital más pequeño que el Santa Juana pero las personas allí son muy amables. La doctora Melanie Hill es la directora y muy amiga mía. Si deseas le hablo de ti para que te entreviste. Estoy segura de que te aceptará.
- ¡Muchas Gracias señora Carrington!, no sabe lo agradecida que estoy.
- Anota mi dirección: 305, La Porte Avenue. Búscame cuando ya te instales y te sientas relajada del stress de Chicago. Intuyo que también por eso viniste, ¿No? –dijo la señora Carrington.
- Adivino mi mente Señora Carrington… ¡Ja, Ja, Ja!...
El tren comenzó a emitir largos pitidos. Era señal de que estaba ya llegando a la estación de La Porte.
- Creo que ya llegamos señora Carrington. Permítame ayudarla a bajar su equipaje del anaquel.
- Gracias querida, que amable…
Candy y la señora Carrington descendieron del tren. En la estación esperaba Amelia, la hija de la señora Carrington con sus nietos.
- ¡Mamá, aquí estamos!
- ¡Amelia, hija! ¡Patrick!, ¡Joshua! ¿Cómo están mis encantos? –dijo la señora Carrington mientras los besaba efusivamente.
- ¡Abuela, que bueno que estas aquí! – dijo Patrick.
- Te quedaras más tiempo que la vez pasada, ¿No? –dijo Joshua.
- Si hijo, me quedaré más tiempo esta vez –dijo la señora Carrington.
Candy observaba complacida la escena del reencuentro unos pasos atrás.
- Mami, ¿tuviste buen viaje? –dijo Amelia mientras daba un beso en la mejilla a su madre.
- Si, hija, un buen viaje, diferente a los otros cuando vine anteriormente a La Porte. Conocí a una dulce y risueña señorita que quiero presentarles. Ella hizo de los últimos 30 minutos de mi viaje, los más felices en mucho tiempo. Es enfermera igual que yo.
Acercándose a Candy, la señora Carrington la animó a unirse a ellos y presentarla a su hija y sus nietos.
- Quiero presentarles a Candy White, una joven amiga a quien conocí en el tren.
- Encantada de conocerlos –dijo Candy
- Encantada de conocerla, Candy –dijo Amelia dándole la mano afectuosamente.
- ¡Hola señorita Candy! –dijeron los chicos a coro.
- ¿Cómo están ustedes? –les dijo Candy a los chicos.
- Mamá nos cuenta que usted la hizo pasar momentos gratos durante el viaje –dijo Amelia.
- Si señora, el gusto ha sido mío el conocer a la señora Carrington y departir con ella durante el viaje. Ella también animó mi viaje.
- ¿Se va a quedar un tiempo por la ciudad? –dijo Amelia.
- Ella viene a quedarse a vivir aquí –dijo la señora Carrington- Candy si gustas puedes venir a visitarnos. ¿No es así Amelia?
- Por supuesto Mamá. Candy estaremos esperando su pronta visita. La recibiremos con los brazos abiertos –dijo Amelia sonriendo.
- Ya sabes mi dirección, yo también te esperaré para seguir charlando. Nos faltó más tiempo. No te olvides de la propuesta que te mencioné. Cuando estés lista, visítanos.
- Así será señora Carrington. Ha sido un verdadero placer conocerla –dijo Candy sonriendo.
- Y para mí también querida. Cuídate mucho y nos vemos pronto –dijo la señora Carrington abrazando y besando a Candy.
- Hasta pronto entonces señorita Candy –dijo Amelia.
- Hasta pronto señorita –dijeron los chicos.
- ¡Hasta pronto! – dijo Candy mientras los observaba alejándose y abordando un auto.
Tomando sus maletas y neceser, ella buscó un transporte para que la llevara a Pony’s Hill. Parte de la sorpresa era que George no debía ir a buscarla a la estación para que Candy no adivinara que ellos estaban en el hogar. A poco, divisó a un cochero que había terminado de dejar a un pasajero e hizo señas para que viniera hacia ella. Acercándose el coche, ella abrió la portezuela mientras que el cochero la ayudo a subir las maletas.
- Señorita ¿Adónde la llevo?
- A Pony’s Hill por favor. ¿podría apresurarse un poco? Estoy algo retrasada, tengo que llegar cuanto antes.
- Como usted diga señorita.
El coche salió rápidamente de la estación y se enrumbo a Pony’s Hill. Las calles le parecían a Candy tan extrañas. Hacía mucho tiempo que no había estado en el centro de la ciudad. Usualmente ella estaba en el hogar de Pony. Pocas, muy pocas veces venía a la ciudad. Pasados unos minutos, en el horizonte vio una construcción entre las montañas, tan conocida por Candy. Acercándose más el coche, una cruz dominaba la pequeña torre de aquella casa, en cuya fachada principal la ventana de vitrales dejaba pasar una luz de colores. Varios árboles y flores rodeaban la casita. Se aproximaba cada vez más a su añorado hogar.
- Cochero, déjeme aquí –dijo Candy.
- Aún faltan unos metros para llegar –dijo el cochero
- No importa, prefiero caminar. Gracias. Aquí tiene señor.
- Muy amable señorita. Permítame, le ayudo a descender sus maletas.
- Gracias –dijo Candy.
Apenas el coche se fue, caminó a duras penas unos metros con sus maletas y luego, inundada de emoción y felicidad por el reencuentro, las dejo a un lado y comenzó a correr hacia la colina de Pony. Un aroma de rosas se sentía en el aire. Los conejos del campo se asustaban un poco al verla pasar rápidamente. Ella contempló a lo lejos el hogar de Pony: Su hogar.
- Al fin estoy aquí, mi querida colina de Pony. Cuanto tiempo sin verte.
Después de contemplar el horizonte, ella se tornó algo melancólica. El estar en la colina le trajo recuerdos del pasado.
- Tres personas no están conmigo hoy. Cuanto deseé que compartieran mi felicidad…
- ¡Anthony…! ¡Stear…! ¡Terry…! –gritó fuerte sus nombres.
- ¡Adiós, adiós por siempre!
En el hogar de Pony, todos estaban esperando a Candy. George había llamado a las oficinas de la estación y le confirmaron la noticia de que el tren había llegado hacia 30 minutos.
- Me parece extraño que Candy aún no llegue – dijo Annie
- Estará en camino quizás –dijo Patty
- ¿George, si vas por el camino y la buscas? Sé que ya no será tanta la sorpresa pero me preocupa que ella no haya llegado –dijo Albert.
- Enseguida señor.
No había George abierto la puerta para ir en su búsqueda cuando uno de los chicos del hogar vino corriendo a dar la buena noticia.
- ¡Señorita Pony, Señorita Pony…!
- ¿Qué pasa Harry? ¿Por qué vienes corriendo?
- ¡He visto a Candy! ¡He visto a Candy!
- ¿La has visto? ¿Dónde?-dijo la hermana María.
- ¡Está en la colina!
- ¡Pues vamos todos! –dijo la hermana María.
Mientras iban a su encuentro, George y Albert tomaron un atajo con el auto y llegaron antes que los demás. Ya vestido con su traje de gala y acompañado del típico instrumento musical escoces, la gaita, Albert se encaminó hacia donde estaba Candy. Él ya podía distinguirla, ella estaba de espaldas sentada en la hierba cerca del risco. Puso en marcha la sorpresa. Comenzó a tocar la melodía que ella bien conocía… Al escuchar las notas de la gaita, Candy se incorporó y se puso a buscar la fuente de aquella música.
- ¿Quién toca esa melodía? Será que… ¡Sí! ¡Es el! ¡El Príncipe de la Colina! ¡Y viene hacia mí! –dijo emocionada.
Acercándose un poco más, Albert ya divisaba con claridad a Candy, quien estaba encantada de ver nuevamente al Príncipe. Cuando estuvo cerca de él, Candy reconoció quien era en verdad.
- ¡Albert! ¿Pero qué broma es esta?
- No es ninguna broma Candy. soy yo… ¡mírame!
Ella lo miró de pies a cabeza anonadada, el sombrero de color azul, la casaca del mismo color, el listón rojo que cruza su pecho, su impecable kilt rojo y verde, la increíble gaita. Finalmente sus ojos fueron a posarse en el pendiente de la familia Ardley, que Albert tenía en su pecho. Igual al que ella poseía de aquel primer encuentro con el Príncipe.
- Entonces tu… Tú eres en verdad… ¡El Príncipe de la Colina!
- Así es mi querida… Yo soy aquel que siempre habías buscado.
- ¡Albert…!
Ella lo abrazó afectuosamente, mientras Albert sonreía. Ya los demás estaban a unos pasos de ellos. Al sentir que se aproximaban, Candy volteó a verlos. Sus mejores amigos, las maestras y los niños estaban allí para recibirla con mucho cariño. Su rostro resplandecía de felicidad otra vez.
- ¡Hola Candy! al fin llegaste… -dijo Archie.
- ¿Cómo estas querida amiga? Nos volvemos a ver –dijo Patty.
- Candy estuvimos esperando tu llegada con ansias –dijo Annie.
- Muchacha, siempre frecuentando nuestra querida colina… ¿Cómo estás? –dijo Tom.
- ¡Jefe, que bueno volver a verte! –dijo Jimmy.
- Pequeña Traviesa, ¿has llegado Bien? –dijo la señorita Pony.
- Ni tan pequeña pero aún sigue siendo traviesa –dijo la hermana María sonriendo.
- Señorita Candy, es grato volver a verla –dijo George.
- ¡Candy, Candy! Ahora si te quedas ¿verdad? –dijeron los niños.
Candy fue a abrazarlos feliz y contenta. No se había esperado una recepción como esta. Un pequeño invitado también se hizo notar. Ubicado a los pies de ella, se alzó sobre sus patas traseras llamando su atención.
- ¡Clin! ¡Clin precioso! ¡Cuánto te extrañe!
Extendiendo sus brazos, Candy dejó que Clin se subiera hasta su pecho, acariciándolo una y otra vez.
- Hacía mucho que no lo veías, ¿verdad? –dijo la señorita Pony
- Si, desde que estuve en Chicago… Clin, me quedaré contigo, ya no nos separaremos tanto. No lo puedo creer, ¡Están todos aquí! ¿Pero Cómo?
- Fue idea de Albert, él nos convenció a los tres –dijo Annie.
- Pero aún no es todo, bajemos hacia la casa y allí te darás cuenta.
- Albert, me quedo sin palabras… ¡Gracias, Gracias por todo! -dijo Candy.
- Pues entonces, ¡vamos hacia la casa! –dijo Albert
- Si Vamos, vamos –dijeron los niños.
Albert, George, los chicos y las maestras, se encaminaron en dirección al hogar de Pony, mientras Albert interpretaba melodías con su gaita. Un poco más atrás venían Candy, Annie, Patty y Archie.
- ¡Qué emoción de que estén aquí! –dijo Candy mientras les apretaba suavemente las manos a sus amigos.
- Nosotros también sentimos lo mismo Candy –dijo Patty sonriendo.
- Y cuando lleguemos abajo, abrirás más los ojos -dijo Archie
- ¿Abriré más los ojos? Lo tenían todo planeado ¿verdad?- dijo sonriente Candy.
- Candy, quiero que veas algo. Sé que te sentirás feliz por eso. Toma. –dijo Annie.
Annie le mostro una revista de espectáculos a Candy donde decía que Terruce Grandchester había vuelto a los escenarios con el grupo de teatro Stratford luego de una larga ausencia. Sus presentaciones últimas fueron excepcionales, superiores a sus anteriores puestas en escena. Toda una promesa de las tablas.
- Terry volvió a hacer teatro… ¡volvió a ser el mismo, oh! Me siento contenta por el… y por Susannah.
- Ellos van a hacer teatro juntos, mientras el actúa, ella colabora detrás del escenario en los guiones para la puesta en escena de las obras donde participa Terry –dijo Annie.
- Es la mejor noticia que me has dado Annie… justo unos minutos antes que me encontraran, estaba yo pensando en tres personas que me hacen falta.
- ¿Y quiénes son Candy? –dijo Patty.
- Mí recordado Anthony… Tú amado Stear, Patty… y Terry, a quien recordaré siempre.
- Stear, donde quiera que este, siempre lo recordaré –dijo en tono nostálgico Patty.
- Recuerda Candy que tu felicidad es nuestra felicidad también –dijo Archie.
Unas vocecillas llamaban a los chicos. Les avisaban que se apurasen. Todo estaba servido a la mesa.
- ¡Oh! Los niños nos están llamando a la mesa. Pero si mal no recuerdo, nuestra mesa es modesta y pequeña. No creo que alcancemos a sentarnos todos –dijo Candy
- La mesa también es parte de la sorpresa que te hemos preparado –dijo Archie
- ¿Qué?
- Apresurémonos y lo veras – dijo Annie.
Al doblar el último recodo de la colina, se veía una gran mesa adornada de exquisitos manjares que esperaban ser degustados por los invitados. A Candy se le abrieron los ojos, emocionada y contenta.
- ¿Ahora si nos crees, Candy? –dijo Annie
- ¡Oh chicos! Ustedes son grandes amigos… Annie, Patty, Archie… y mi querido Albert, quien planificó todo. ¡Estoy Feliz!
- ¡Más feliz estarás de hincar el diente a estas delicias! –dijo Archie
- Mmmm… ¿Qué quieres decir? –dijo Candy.
- ¡Ja, Ja, Ja, Ja…! –reía Patty.
- Quiere decir que tienes buen apetito… ¡Ja, Ja, Ja, Ja…! –decía sonriendo Annie.
- ¿Tratas de decirme que soy comelona? ¡Archie!... ¡Ja, Ja, Ja, Ja…! –reía Candy.
Aproximándose a la mesa, Candy se sentó en la cabecera, los demás en los asientos laterales. Todos esperaban ansiosos degustar estos manjares. Pero antes, la hermana María dijo unas palabras.
- Queridos Amigos, nos complace hoy tenerlos aquí reunidos para agasajar a nuestra Candy, a quien nosotras la señorita Pony y yo, la consideramos como una hija.
Y dirigiéndose a Candy y a Annie, les dijo:
- Desde que aparecieron una noche de hace ya varios años en nuestras vidas, han sido la luz que iluminó y sigue iluminando este humilde hogar, trayendo contento y esperanza. Tú y Annie, quien nos acompaña esta tarde, son de lo mejor que hemos tenido aquí en el hogar de Pony. Sigan siendo buenas chicas como lo son hasta ahora y esperamos que lo sean más adelante en el futuro. Que la Fe en nuestro Señor Jesús las haga fuertes ante las adversidades que puedan encontrar a lo largo del camino de sus vidas. Dios las bendiga y les de muchos años de vida y felicidad.
Siguieron animados aplausos después de estas palabras tan sentidas de la hermana María. Candy primero y después Annie, se levantaron de sus lugares y corrieron a abrazar a la hermana María, donde ella las esperaba emocionada.
- Yo solo quiero agregar a lo que dijo la hermana María, que esta será siempre su casa para cada uno de ustedes. Las puertas del hogar de Pony estarán siempre abiertas. Estoy muy agradecida por el afecto que le demuestran a mis niñas –dijo la señorita Pony.
- Perdón, si me permiten –dijo Albert- solo quiero decir que me complace estar entre todos ustedes. Me hacen sentir como en familia. Esta pequeña recepción es para ti con todo mi afecto. Te deseo lo mejor mi querida Candy.
- Y a ti Annie, te doy las gracias por ser amiga de Archie. Que esa amistad que tú tienes crezca y quiera Dios que un día seas parte de nuestra familia.
- ¡Ohhh Albert! –dijo sonrojándose un poco Annie.
Continuaron los aplausos de los asistentes. Ante este panorama, alguien estaba impaciente por comenzar pronto. Devoraba con la vista las cosas que estaban servidas en la mesa.
- ¿Ya acabaron? Bueno, entonces vamos a comer… ¡Tengo hambre! –dijo Harry, uno de los chicos.
La ocurrencia de Harry, provoco una sonora carcajada entre todos los presentes.
- Harry… ¡compórtate! ¿Qué es eso de tengo hambre? –dijo la hermana María.
- Perdón hermana María.
La señorita Pony procedió a hacer la oración de rigor antes de los alimentos. Una vez concluida, todos sin excepción procedieron a probar los platillos allí servidos.
- Esto está muy bueno realmente –dijo Archie.
- A mí me encanta la textura del pavo. Crujiente y delicioso –decía Patty.
- Los mazapanes están deliciosos –dijo Annie
- Mmmm…Mmmm –decía Candy- estos platillos están para chuparse los dedos. ¡Qué rico!
- El ponche de arándanos está en su punto ¿No es así Jimmy?
- Si Tom, pero también el puré con el pavo. ¡Ohhh!
- Muy sabroso- dijo la señorita Pony.
- Comparto con usted el mismo comentario señorita Pony –dijo la hermana María.
- Esto es lo más rico que hemos probado ¿No es cierto chicos? –dijo Harry.
- ¡Si riquísimo! – dijeron los chicos en coro.
- Qué bueno que se sientan satisfechos con la comida. Es muy buena. ¡Mmmm! –dijo Albert.
- Ciertamente señor William –respondió George.
Finalizado el almuerzo, tomaron más ponche de arándanos y para el brindis final el delicioso vino que estaba listo a descorchar. Albert se ofreció a destapar la primera botella. Los niños solo brindaron con ponche. Mientras Albert hacia estos menesteres, Candy aprovechó para traer la torta que la hermana María y la señorita Pony, habían preparado para la ocasión.
- Candy, antes de repartir la torta, propón el brindis –dijo la señorita Pony
- Claro Candy, queremos escucharte –dijo Patty.
- Las copas ya están servidas, hagamos el brindis –dijo Albert
- Vamos Candy ¿Qué esperas? –dijo la hermana María
Candy recorrió con la vista a cada uno de los presentes. Eran sus amigos, sus maestras, la gente a quien más quería. Estaba emocionada. Bueno, quiero proponer un brindis a todos ustedes mis amigos, quienes me han dado su amistad incondicionalmente. A ti Albert, Gracias por ser mi referente. Eres como el hermano que nunca tuve. ¡Te quiero mucho!
- A ti Annie, con quien hemos compartido juntas casi toda nuestra vida. Te agradezco por tu amistad y tu amor hacia mí, hermana mía.
- A ti Patty, a quien conocí en el colegio San Pablo. Desde que te vi, me caíste muy bien. Nuestra amistad se ha ido fortaleciendo al paso de los años. Y hoy puedo decir que eres junto con Annie, mi mejor amiga.
- Archie, te estoy agradecida por ser mi amigo, desde aquella vez en que te encontré en el portal en Lakewood. A ti y a Stear, mi buen Stear. Gracias por cuidar de Annie que sé que la harás feliz.
- A ustedes Tom y Jimmy, que crecimos juntos también y compartimos momentos inolvidables. Gracias por estar aquí.
- Señorita Pony, Hermana María… no tengo palabras para agradecerles lo buenas que han sido conmigo… ¿Que hubiera sido de mi si no me encontraban a tiempo? Gracias por la educación que me dieron, por los consejos que recibí, también por las tundas que me dieron para que yo sea mejor persona.
- A ustedes chicos que esperan ansiosos que yo regrese siempre para divertirlos y hacerlos jugar. Esta vez prometo me quedaré un buen tiempo por aquí.
- Y por último a todas aquellas buenas personas que me han ayudado en el camino de mi vida. Donde quiera que estén, yo siempre las recordaré.
- Por todos… ¡Salud! –dijo Candy mientras levantaba la copa y tomaba un sorbo de vino. La sonrisa asomaba a su boca.
- ¡A tu salud Candy! –dijeron todos al unísono con rostros sonrientes.
Un viento suave venia de la colina. El agradable aroma de las flores silvestres se sentía en las cercanías del hogar. Candy por fin se sentía en paz.
キャンディ・キャンディ
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