Capítulo 5: La Enfermera ha regresado





LA ENFERMERA HA REGRESADO 


Candy y sus amigos se quedaron charlando y conversando hasta las 6 p.m. Al oscurecer el día, Albert se despidió de todos, igual lo hizo Archie, quienes debían partir a Chicago. A pesar de que Candy les aseguró que podían quedarse sin causar incomodidad alguna, ya que se podían habilitar unas camas y pasar la noche, ellos prefirieron viajar ese mismo día. 

Además de que, al asumir la regencia de la familia Ardley, Albert debía estar enterado sobre diversos aspectos que concernían a su familia. Archie lo acompañaba para empezar a aprender y enterarse de los temas financieros de los Ardley. Para eso había sido llamado por Albert para que sea su mano derecha. Debían empezar cuanto antes. 

- Qué lástima que no puedan quedarse con nosotros. ¿Están seguros de que tiene que irse? –dijo Candy. 

- Si Candy, debo marcharme. Archie me acompañara, él también me ayudara a manejar las finanzas de la familia y debe instruirse pronto. Lo matricularé en una de las mejores escuelas de finanzas de Chicago. 

- ¿Nos volveremos a ver pronto? 

- Si querida, pronto. En cuanto encuentre un tiempo libre en mis asuntos, volveré aquí a visitarte. Tengo en mente unas mejoras que quisiera proponerle a la señorita Pony y a la hermana María respecto del hogar. 

- ¿En serio? Ellas se van a poner muy contentas. 

- Aun no les comuniques, déjame madurar más la idea. En mi próxima visita, se los diré personalmente. Y Tú, ¿Has decidido que es lo que vas a hacer de ahora en adelante? 

- Si Albert, seguir con mi carrera de enfermera. Y ayudar aquí en el hogar en el cuidado de los niños los fines de semana si es que no tengo que ir a trabajar. 

- ¿Y ya sabes dónde trabajarás? 

- Mira como es el destino Albert. En el tren en que venía hacia La Porte, conocí a una señora que fue jefa de enfermeras en un hospital de Chicago. 

- No me digas que trabajaba en el mismo hospital que tú… 

- Ella trabajaba en el Saint James. Es una persona muy amable, tanto que me presento a su familia. Tiene unos encantadores nietos. 

- Que interesante. Tienes talento para conocer gente nueva y hacer amistad rápido –dijo Albert sonriendo. 

- Tiene una amistad en el Hospital General de La Porte. Me dijo que la busque cuando este descansada y segura de lo que voy a hacer. Desea presentarme a la Dra. Hill que es la directora del hospital. Es justo la oportunidad que necesito. Dios me la envió seguramente. 

- Me alegro por ti Candy, aprovecha esta oportunidad y quiero verte vestida otra vez de enfermera cuando regrese por aquí. ¿Eh? – dijo Albert mirándola fijamente y colocando sus manos en los hombros de ella- Confío en ti. 

- No te defraudaré querido Albert. 

- Bien, es hora de irme. Hasta pronto Candy. nos volveremos a ver. Cuídate mucho ¿Quieres? 

- Tú también Albert, esperaré ansiosa tu regreso. Te extrañaré –dijo Candy a la vez que lo abrazaba. 

- ¡Adiós querida! 

Mientras Candy lo ve alejarse yendo hacia el auto, George pasó a su lado y se despidió de ella. 

- Señorita Candy, cuídese. Nos veremos pronto. 

- ¡Adiós George y gracias por tu ayuda! 

- Lo hice con gusto –dijo George mientras le hacía un ademan de despedida con la mano. 

Unos metros más allá, Archie y Annie se despedían brevemente. 

- Me quedaré unos días con Candy, luego partiré con Patty a Chicago. Ve tranquilo. 

- Está bien Annie, nos vemos pronto. Cuídate y aprovecha estos días. Reencuentra tu infancia al lado de Candy. 

- Gracias querido. Te amo. ¿Sabes que te amo verdad? 

- Si lo sé. Por eso me cautivas. 

Cuidando de que no los observaran, se abrazaron con ternura. Annie le dio un tímido beso. Él sonrió. El fuerte ruido de la bocina del automóvil hizo que Archie emprendiera la marcha. 

- ¡Adiós! Te veo pronto… -dijo Annie. 

- Te esperaré en Chicago… -dijo Archie. 

Pasó también por el lado de Candy, y le dijo a voz en cuello: 

- Adiós Candy. Cuídamela mucho y … pórtense bien 

- Si, estará bien aquí… y descuida que no haremos nada extraño –dijo sonriendo Candy. 

Momentos antes, Candy había estado observándolos como se despedían. Patty, que también había sido testigo, se acercó lentamente hacia Candy, se miraron con gesto de complicidad y sonrieron alegremente. 

- Estos chicos realmente se quieren, aunque les cueste demostrar su amor en público. ¿Qué es eso de darse besos a medias? ¿Tú qué opinas Patty? 

- Bueno yo… yo creo que hubiera hecho lo mismo con Stear. Recuerda Candy que Annie y yo somos tímidas y guardamos celosamente nuestros asuntos privados. 

La limusina ya había partido. Annie venia lentamente hacia sus amigas intrigada sobre el porqué reían tanto. 

- ¿De qué se estaban riendo? –dijo Annie. 

- De la forma que tienes de despedirte de Archie con esos besos tímidos que dan ganas de dar más –dijo Candy- yo en tu lugar, no me hubiera quedado conforme. Tomaría la delantera. 

- ¿Estuvieron viendo todo? –dijo Annie avergonzándose un poco. 

- Candy, ¿No te parece atrevido decir esas cosas? –dijo Patty- una señorita educada no debe adelantarse a ser la primera. Debe ser el caballero quien dé el primer beso. 

- Vamos ¿Qué hay de malo en eso? cuando dos personas se quieren, no importa quién dé el primer beso o no – dijo Candy- además, nosotras nos conocemos hace mucho, entonces hay confianza… 

- Tienes razón Candy. la próxima vez que este con Archie, no habrá ocasión para ese tipo de besos. Yo misma se los daré si él se siente inseguro. 

- ¡Así se habla Annie! –dijo Candy sonriendo. 

- Aunque ahora, pensándolo bien; cuanto daría porque Stear estuviera aquí. Me lo comería a besos, en el lugar que fuere –dijo Patty algo triste. 

- ¿Ya lo ves? Y yo también cuanto hubiera deseado que lo de Terry y yo funcionara. Lamentablemente tuve que decidir apartarme de él para que fuera feliz con Susannah. 

- ¿Y en verdad crees que será feliz con ella? –dijo Annie 

- Espero por su bien que sea así. ¿Qué ganaría yo rogando porque Terry me buscara? Desde esa noche ambos hemos dividido nuestros caminos. Remotamente se juntarán otra vez. Mientras duró el sueño, fue bonito. Ahora nos toca despertar –dijo Candy, con semblante resignado. 

- Ahora que recuerdo, no te entregué la tarjeta ni el regalo que me encomendó Albert que te comprara. ¿Quieres verlos? –dijo Patty 

- ¡Si, Vamos! –dijo Candy 

Las tres chicas se encaminaron hacia el interior de la casa. Una clara noche empezaba a caer sobre Pony’s Hill donde se podían contar las estrellas que brillaban en el firmamento. 

En uno de los dormitorios para huéspedes, estaban las maletas de Annie y Patty. Ellas dormirían juntas. Mientras que Candy dormiría con las niñas. De una de sus maletas, Patty extrajo los presentes. 

- Aquí están tus presentes Candy –dijo Patty. 

- ¡Oh, Que bellísima tarjeta…! Y este regalo es… ¡Una Cadena de plata con un dije precioso! Dos avecillas unidas por un corazón. ¡Qué lindo…! ¡Gracias Patty! –dijo mientras daba un beso en la mejilla a Patty. 

- Los compré con todo cariño para ti, Candy. 

- ¡Qué bueno que te haya gustado lo que preparamos hoy día para ti. –dijo Annie. 

- Gracias otra vez por tantas muestras de afecto que me tienen chicas. Y yo me siento ligada también a ustedes. Las quiero mucho. 

- Y nosotras a ti – dijeron en coro Annie y Patty. 

- Chicas, vamos a dar una mano a la señorita Pony y a la hermana María. A esta hora necesitan de ayuda. Deben de estar en la cocina. 

La hermana María y la señorita Pony estaban terminando de poner orden en la cocina cuando aparecieron las tres dulces chicas pidiendo por favor poder ayudar. 

- ¿En qué ayudamos señorita Pony? –dijo Candy 

- ¡Oh Chicas, Que bueno que estén aquí!, pueden ir poniendo la mesa para dar de comer a los niños, y luego nos ayudan a servir sus platos. Ellos cenan a las 7:30 p.m. en punto. 

- Pero antes hay que asearlos –dijo la hermana María. 

- Annie y yo nos encargaremos de asearlos, Patty, tu ayuda a servir los platos de los niños –dijo Candy. 

- Lo que tú digas amiga. Será una experiencia única. 

Un cubo de agua, una palangana y una jarrita esperaba por ellos en el cuarto de baño. Uno por uno, los niños fueron pasando por el agua y el jabón bajo el estricto cuidado de Candy. Annie se encargaba de secarlos. Uno de los chicos quería pasar inadvertido y no lavarse. Ya iba directo a la mesa cuando Candy lo vio. Era Harry. 

- Oye Harry, ¿Dónde vas? 

- Yo, este… 

- Así que tratando de evadirte… ¡Ven a lavarte las manos y la cara! 

- Pero si no están sucias Candy… 

- ¿Qué dices? Las manos deben estar bien limpias si vas a cenar. A ver, muéstrame tus manos… 

- Bueno… Aquí están –dijo Harry- a la vez que le mostraba a Candy las manos a regañadientes. 

- ¡Mira esas manos y esas uñas tan mugrientas! ¡Y tu cara! ¡Al lavadero! –dijo Candy enfadada. 

- Ohhh… ¡Esta Bien…! 

Harry no tuvo más remedio que someterse a la “dura prueba del lavado”, después de lo cual, quedó inmaculado. Candy lo miraba de reojo, sonriendo para sí. 

Todo estaba dispuesto para cenar. La mesa estaba lista para recibir a los niños. Uno a uno, fueron colocándose en sus respectivos lugares. La hermana María pronunció una oración antes de empezar. Concluida esta, los niños cenaron plácidamente. 

La señorita Pony, la hermana María y las chicas los contemplaban sonrientes. Después de la cena, los niños nuevamente desfilaron al cuarto de baño para asearse la cara y acostarse. Candy, Annie y Patty se encargaron de acostarlos y de desearles buenas noches a todos. 

Regresando de los dormitorios, las chicas comentaban sobre los niños… 

- ¿Te has fijado en Julie? Es encantadora y modosita –dijo Patty 

- ¿Y Andrew? Es un chico listo y pícaro. 

- Mi engreído es Harry. No sé por qué pero me agrada… 

La hermana María y la señorita Pony las esperaban para cenar también. Las invitaron a tomar asiento y compartir la mesa con ellas. 

- Candy ¿Quieres decir la oración por los alimentos que vamos a recibir? 

- Si Señorita Pony… “Señor, bendice estos alimentos que por tu bondad vamos a recibir… Amen” 

- Patty, espero que tu estancia aquí en este humilde hogar te sea placentero. Por favor, sírvete cuanto gustes. Lo hemos dispuesto con todo nuestro afecto. Candy y Annie saben bien cuantas veces hemos compartido el pan con nuestros invitados –dijo la señorita Pony. 

- Yo me siento halagada con tantas muestras de cariño. ¡Es la primera vez que vengo y ya me siento como en familia! ¡Muchas Gracias! 

- Y a ustedes Annie y Candy, pues ya saben que esta será siempre su casa. Especialmente tu Annie, regresa cuando puedas. Siempre pensamos en ti –dijo la señorita Pony. 

- Y yo en ustedes, hermana María, señorita Pony –dijo Annie sonriendo- vendré a verlas más a menudo. 

- Y tú Candy, estamos contentas que hayas decidido quedarte aquí en el hogar que te vio crecer. Tu profesión es una noble misión de ayuda en beneficio de tu prójimo –dijo la hermana María. 

- Lo sé. Por eso estoy aquí, para seguir desempeñando lo que más me gusta hacer: trabajar en beneficio de los demás. Ahora estaremos juntas otra vez –decía alegre Candy. 

- Veo que Clin también se siente feliz de nuevamente estés con nosotras… -dijo la señorita Pony. 

- ¡Clin, estas aquí! –dijo Candy- señorita Pony, ¿puedo servirle un poco de fruta y nueces? 

- Por supuesto, colócale en su comedero. 

Candy se levantó de la mesa y buscando algo de alimento para Clin, lo llevó afuera. Regresó al cabo de unos minutos. 

- Ya está. Lo deje comiendo sus nueces y frutas preferidas. ¿Se acuerdan chicas cuando me acompañaba en el colegio? 

- Como olvidar. Él te seguía a todas partes. Y tenía su escondite para que la madre superiora no lo encuentre –decía Annie. 

- ¡Que simpático que es Clin! ¡Igual que mi tortuga Huly! –dijo Patty 

- ¿Aun la tienes? 

- Si Candy. vive tranquila en el jardín de mi casa donde vivo con mi abuela. Ya ha crecido. 

- Me gustaría verla otra vez… 

- Y a mí –dijo Annie. 

- Bueno chicas, después de la cena tienen el resto de la noche para conversar y recordar anécdotas… ahora a cenar –dijo la hermana María. 

- La mesa está servida niñas. ¡Buen apetito! –dijo la señorita Pony. 

Algunos días pasaron. Las tres chicas gozaron de lo lindo. Competencias para ver quien lazaba más rápido con la cuerda. Ir de pesca al rio como en los viejos tiempos. Picnic para las tres en un lugar lleno de flores donde alguna vez Annie y Candy jugaban de niñas… 

Subir al Padre árbol, donde la única participante solo era Candy, fue reservado para el último día de visita. Patty y Annie se quedaron observando nerviosas como con gran facilidad trepaba hasta lo alto del frondoso árbol. 

- Candy, ¿Estas segura de que no corres peligro subiéndote? –le decía Patty 

- Descuida, esto lo hago desde que era pequeñita. Annie te lo puede confirmar. 

- Así es Patty. Yo la veía y me ponía tan nerviosa… Y ya ves, hasta ahora lo hace… ¡Oh mira, me transpiran las manos! 

- ¡Ya no la veo! –decía Patty 

- Candy, ¿Dónde estás? 

- ¡Hola, Aquí estoy! – dijo Candy mientras aparecía por otro lugar del árbol. 

- ¡Baja por favor!, ¡Las dos estamos sumamente nerviosas! –dijo Annie. 

- ¡Eres una aguafiestas Annie! Está bien, bajaré… 

Después de unos minutos, vieron aparecer la rubia cabellera de su amiga, feliz por la experiencia de haber trepado el árbol después de mucho tiempo. 

- ¿Estás bien? –dijeron las dos amigas. 

- Ya lo ven, aquí estoy. No me pasó nada. 

- Recuerdo que en el colegio también lo hacías… -dijo Patty. 

- Si, y cuidaba de que no me vieran las madres que hacían la ronda nocturna. En Chicago algunas veces lo hice en el hospital… 

- ¿En el hospital? –dijo Annie. 

- ¡Ja, Ja, Ja, Ja!... pero pocas veces. 

- ¡Ay Candy!… ¡Eres terrible! –dijo Patty. 

- ¡Ahhh! ¡Me siento tan feliz aquí!... necesitaba venir a mi hogar de Pony y aspirar este aire tan limpio, fragante y suave… Chicas… ¡A que no me ganan si vamos corriendo a la colina de Pony! Yo conozco bien este lugar… Annie ¿Que dices? ¿Vamos? ¿y tú Patty? 

- Bueno… ¡Esta bien! Recordaré cuando te perseguía hasta la colina… 

- Yo trataré de seguirlas –dijo Patty. 

Con el ánimo al tope, Candy salió primera. Annie iba detrás a regular distancia. Patty padecía un poco al recorrer la ruta. Como era de suponerse, Candy llegó primera que todas a la colina, unos segundos después Annie con una ligera fatiga. Más allá llegaba Patty sumamente cansada. 

- ¡Chicas!... ¡Ya llego! … ¡Ya llego!... 

- ¡Al fin! –dijo Patty con voz agitada- Ustedes se ven bien, pero más tu Candy. ¿Cómo le haces para correr así y no cansarte tanto? 

- Toda mi vida he corrido por estos lugares, junto a Annie y los chicos del hogar. Como ya lo dije, conozco cada rincón de esta mi colina. –decía sonriendo Candy- y ahora ¿regresamos corriendo hasta la casa? 

- ¿Qué estás diciendo? –dijo Patty abriendo los ojos. 

- Es una broma Patty… ¡Ja, Ja, Ja, Ja! –Candy y Annie reían alegremente. 

Las tres volvieron al hogar cansadas pero contentas y satisfechas de haber pasado su último día en el hogar de Pony. 

La mañana empezaba. Muy temprano, Candy se había levantado para ayudar a la señorita Pony y a la hermana María para servir el desayuno de los niños. Annie y Patty aun dormían. Luego de terminar de servir a los niños, Candy fue al dormitorio de ellas para despertarlas. Debían de tomar el tren de regreso a Chicago que partía a las 9 a.m. 

- Annie… Annie… Patty… Patty… ¡Despierten Chicas! 

- ¿Eh? ¿Qué dices Candy? –una Annie con los ojos a medio abrir le contestaba. 

- Si no te despiertas ya, tú y Patty van a perder su tren de las nueve. 

- ¿Qué? ¡Oh no! ¡Patty! ¡Patty! ¡Despierta, vamos a perder el tren! 

- ¿Qué quieres Annie? –dijo Patty con los ojos cerrados 

- ¡Dijo que van a perder el tren! –Candy se acercó a su oído para decirle. 

- ¿Eh? ¿Estás segura? ¡Rápido Annie, vístete pronto! 

- ¡Ja, Ja, Ja, Ja! Tranquilas, vamos a llegar. Las acompañaré a la estación. 

Varios minutos después, las tres chicas estaban ya listas para partir. Annie y Patty se fueron despidiendo de cada uno de los niños con muchas muestras de afecto. Patty lo vivía más porque ya sentía que le llamaba la vocación que ya había escogido: la de ser maestra de escuela primaria. Abrazaron con cariño a la hermana María y a la señorita Pony y les agradecieron por todas sus atenciones. 

- Vengan cuando gusten. Aquí las estaremos esperando. Buen viaje. ¡Dios las proteja y Bendiga! –dijo la señorita Pony 

- ¡Cuídense mucho chicas! –dijo la hermana María. 

Tomando cada una su maleta, enrumbaron junto a Candy por el camino que los alejaba del hogar y las conducía a una avenida principal donde podrían esperar algún transporte. A poco, llegó un coche grande en el que las tres subieron. 

- Cochero, llévenos a la estación del tren. ¡Aprisa por favor! –dijo Candy. 

- ¡Como usted diga señorita! 

El coche salió raudo hacia la estación. En el camino, Candy le preguntaba a Patty… 

- Veo que te has familiarizado bastante con los niños. Disfrutas estar con ellos ¿Verdad? 

- Si Candy, me encantan. Es por eso que estoy más decidida que nunca a matricularme en la universidad para ser maestra de escuela. Sé que voy a ser la mejor. 

- No me cabe la menor duda. Te veo tan entusiasmada… 

8:45 a.m. el tren partiría dentro de unos minutos. Candy, Annie y Patty llegaron a la estación y corrieron hasta el vagón. Mucha gente también tomaría el tren de esa hora. Ellas se abrazaron y se besaron en señal de despedida. El pitido fuerte del tren avisaba que estaba a punto de partir a Chicago. 

- Cuídate mucho Candy. Nos veremos pronto –dijo Annie. 

- ¡Adiós Candy! ¿Nos veremos pronto? 

- Si amiga, sí. Nos veremos pronto. Ahora suban al tren, ya está partiendo. 

Las chicas subieron al tren, mostrando al inspector su boleto. 

- ¡Adiós Annie, Adiós Patty! –gritaba Candy en medio de la nube de vapor y el ruido del silbato del tren, moviendo y agitando sus manos al despedirse. 

A través de los cristales del vagón, Annie y Patty hacían lo mismo mientras el tren se movía y cobraba fuerza. Estuvo parada en el andén hasta que el tren desapareció en el horizonte. 

Un día, Candy salió muy temprano del hogar de Pony rumbo al centro de la ciudad. Entró en una florería y luego se puso en marcha. Ubicó la dirección de la Sra. Margaret, 305 La Porte avenue. Al llegar a una amplia casa blanca de dos pisos con balcones, tocó el timbre. Una criada salió a atender. 

- ¿Sí? ¿En que la puedo ayudar señorita? 

- Buenos Días, busco a la señora Margaret Carrington. Ella misma me dio esta dirección. 

- ¿La señora Margaret? 

- Si, dígale que soy Candy White, nos conocimos hace poco en el tren, soy enfermera al igual que ella. 

- ¿Me espera un momento? 

- Sí, claro. Por supuesto. 

La criada fue rápidamente hasta el segundo piso donde se encontraba la señora Carrington, sentada en una mecedora, disfrutando de una amena y buena lectura. 

- Señora, disculpe que la interrumpa… 

- ¡Oh! No tiene importancia. ¿Dime que pasa? 

- Una señorita de nombre Candy ha venido a buscarla y desea hablar con usted. Dice que es enfermera. 

- ¿Candy dices? ¿Y dónde está ella? – se levantó de la silla, dejando el libro a un lado. 

- La dejé esperando en la puerta… 

- ¿Pero cómo…? ¡Muchacha no pierdas tiempo! ¡hazla pasar! 

- En seguida señora. 

Bajando apresuradamente las escaleras, fue la criada hasta la puerta. Esbozando su mejor sonrisa, dejó pasar a Candy. 

- Por favor pase adelante. 

- Muchas gracias –le dijo Candy correspondiéndole la sonrisa. 

- Tome asiento, enseguida estará con usted la señora. 

- Gracias. 

Candy paseaba su mirada por aquella gran sala impresionada por la cantidad de obras de arte que allí había. Empezando por el mobiliario, de suave cuero, cuadros de pintores famosos como Renoir, Cézanne, Picasso… solo por decir algunos. Esculturas primorosas… alfombras persas… la decoración del ambiente era en si magnifica. 

- ¡Ohh! ¡Qué casa tan fastuosa! ¡Casi como el castillo que tenía la familia Grandchester en Escocia! Recuerdo que Terry me llevó a conocer una vez. Fue ese día cuando se reconcilió con su madre, Eleanor Baker. 

La señora Carrington bajaba las escaleras mientras mascullaba entre dientes… 

- Estas criadas de ahora… ¡no tienen ni un mínimo de tacto! 

Al ver llegar a la señora, Candy se puso de pie sonriéndole y acercándose hacia ella con la mano extendida. La señora Carrington correspondió el saludo apretando suavemente la mano de Candy y abrazándola con afecto. 

- Mi querida Candy ¿Cómo Estás? 

- ¡Muy Bien! ¿Y usted? 

- Bien, Gracias a Dios. Pero por favor, toma asiento. 

- Gracias. Su casa es hermosa… 

- Te agradezco hija pero, no es mi casa. Es casa de mi hija Amelia. recuerda que yo vivo en Chicago. En un departamento pequeño, con lo necesario para una persona como yo. 

- Tiene usted razón. Pero es innegable que tiene buen gusto. 

- Ella lo tiene sí, pero un poco. Su esposo es del buen gusto. Él es coleccionista de arte y martillero en Sotheby’s en Nueva York. Cada mes, el regresa aquí para ver a su esposa e hijos. 

- Ellos no se encuentran ahora ¿Verdad? 

- Salieron de compras hace media hora hasta South Bend, una ciudad relativamente cerca de aquí. ¿la conoces? 

- No, nunca he estado allí. 

- Deberías ir. Una simpática ciudad. Mmm… supongo que ya estas lista para reintegrarte a tu trabajo… 

- Si señora, estoy con todas las ganas de volver a realizarme como enfermera. Eso es lo que me ha motivado a buscarla y a pedirle por favor que abogue Ud. por mí ante la Dra. Hill, directora del Hospital General. 

- Yo me tomé la libertad de buscar y hablar con Melanie. Desde el primer momento que le conté nuestro encuentro en el tren, estuvo interesada en conocerte. Así que… ¡Vamos que ella ya debe haber llegado al hospital! 

- ¿Quiere Ud. decir ahora, en este momento? –preguntaba incrédula Candy. 

- ¡Si muchacha! ¡sí! ¡Vamos! 

La señora Carrington hizo sonar una campanilla. Al instante apareció la criada. 

- ¿Señora? 

- Llama a la compañía de taxis. Diles que me envíen uno inmediatamente. 

- Si señora, enseguida. 

Candy estaba emocionada. Sus ojos tenían un brillo especial. 

- Estas emocionada con la noticia. ¿verdad? 

- Si señora. No me lo esperaba tan pronto. Ha sido una verdadera sorpresa. 

- Ya conocerás a Melanie. Es una persona risueña, de buen carácter. Se parece a ti. 

- ¿En serio? 

- Espera un poco y lo sabrás por ti misma. 

El sonido del timbre interrumpió la conversación. La criada fue a ver quién era. El taxi había llegado. 

- Voy a salir un momento a la ciudad. Si llama mi hija, dile que he ido a visitar a Melanie al hospital. 

- Está bien señora. Se lo diré. 

Salieron ambas de la casa e inmediatamente el chofer abrió la puerta. Ingresaron las dos damas al auto e inmediatamente partieron rumbo al hospital. 

- ¿Estás nerviosa? 

- Sí, un poco. 

- Calma, no tienes por qué estarlo. Veras que te gustará estar allí 

- Eso espero. Lo espero de todo corazón. 

El taxi llegó a las puertas del hospital. El chofer se apeó del auto y abrió la puerta. Candy bajó primero y a continuación ayudó a la señora Carrington. 

- Gracias querida. Ven. 

Se encaminaron hasta la recepción del hospital. Una simpática enfermera de intensos ojos azules y cabello negro ondulado las recibió. 

- ¡Señora Carrington! ¡Qué gusto de volverla a ver! –dijo sonriendo. 

- ¿Cómo estas Alice? Te presento a la señorita Candy White. Muy probablemente trabajarán juntas. 

- ¿De verdad? Encantada señorita White –dijo Alice extendiendo la mano. 

- Lo mismo. Llámame Candy –extendiendo la mano y estrechándola amicalmente. 

- Espero que te quedes a trabajar aquí. Te gustará este hospital. 

- Alice querida ¿Melanie se encuentra ocupada? 

- No señora, debe de estar en su oficina. Un momento le avisaré que usted está aquí. 

Mientras Alice avisaba a la Dra. Hill de la visita, Candy observaba la distribución de los ambientes del hospital. 

“Es un poco diferente al Santa Juana pero el ambiente es acogedor. Estoy segura de que me llevaré bien con todos.” 

- Pueden pasar. La Dra. Hill las espera. 

- Gracias Alice. ¿Vamos Candy? 

- Sí. 

Alice observaba sonriente como se marchaban la Sra. Carrington y Candy. Una llamada repentina del teléfono la devolvió a sus asuntos cotidianos. Mientras, ellas volteaban la esquina del pasillo y a mitad del próximo se detuvieron ante una puerta de blanco inmaculado. Había un letrero colocado en la pared: Dra. Melanie Hill. Directora General. La señora Carrington tocó la puerta. 

- ¡Adelante! 

- ¿Cómo estas mi estimada Melanie? –la señora Carrington se adelantó a saludar a la Dra. Hill. Se dieron un amical abrazo. 

- ¡Margaret! ¡Qué gusto tenerte nuevamente por aquí! ¿Y Amelia? 

- ¡Ah! Salió con los chicos a South Bend. Regresará en la tarde seguramente. No he venido sola como ya lo habrás podido notar. 

¿Ella es la chica de la que me hablabas? 

Si Melanie, ella es Candy White, enfermera titulada de la Escuela de enfermeras de Mary Jane. Ha trabajado en el Hospital Santa Juana y en una clínica particular. 

La doctora Hill observaba fijamente a Candy. Y Candy miraba francamente a la doctora. Parece que en ese momento nació una química especial. Ambas sonreían. 

- Por favor, tomen asiento. 

- Bien señorita White. Usted es graduada de la Escuela de enfermeras de Mary Jane y ha trabajado ya en un hospital. 

- Si doctora. Estos son mis diplomas. 

La doctora Hill se dio tiempo para revisarlos. Quedó conforme. 

- Entonces debe de conocer la forma de trabajar ¿no es así? 

- Si doctora Hill. 

- Además de enfermera, ¿tiene alguna especialización? 

- Soy también instrumentista. He asistido en varias operaciones. 

- ¡Oh! ¡Qué bien! Margaret me dice que usted recientemente ha regresado de Chicago, después de estar casi dos años radicando allá. ¿Cuál es el motivo por el que ha regresado a La Porte? 

- Vera Ud. doctora. Principalmente para estar cerca de mi familia, nosotros somos bien unidos, ¿sabe? No soportaba estar más tiempo alejada de ellos. Otro motivo es que decidí iniciar una vida nueva aquí en el lugar donde me críe. Situaciones difíciles que pasé en Chicago me hicieron tomar la decisión de regresar. 

- ¿Qué situaciones? 

- La señora Carrington ni usted lo saben pero… yo soy huérfana. No conocí a mis padres. Me crié en un orfanato llamado El hogar de Pony. Allí, desde que me encontraron con apenas seis meses de nacida, me dieron todo el amor y el calor de familia que necesitaba. Cuando crecí, a la edad de 12 años fui llevada por una familia adinerada, los Leagan, para ser compañera de juegos de la hija mayor. Con esa familia sufrí mucho. Luego, ellos trataron de llevarme a México contra mi voluntad para ser criada en una de sus propiedades. De hecho, lo consiguieron. Pasé frio, hambre, sed y calor al lado de un traficante mexicano que me llevaba hasta que, por un giro del destino, fui llevada otra vez a mi hogar y adoptada por una familia adinerada y de apellido ilustre, los Ardley de Chicago. Conocía de antes a los integrantes de esa familia, algo mayores que yo pero que se hicieron mis amigos. Fueron ellos lo que intercedieron por mí ante el Sr. William Ardley, quien finalmente me adoptó como su hija. 

- Entre la hija e hijo de la familia Leagan nunca nos llevamos bien. Ellos me humillaban cada vez que podían. Cuando fui a estudiar a Londres por disposición del Sr. Ardley, ellos también estuvieron allí. Me hicieron la vida imposible. Pero por suerte los chicos, mis amigos, también estudiaban conmigo y me defendieron de los Leagan. 

- Tiempo después, regresé a América. Opté por estudiar enfermería porque me gusta ayudar a las personas. Eso está claro en mí. cuando me gradué de la Escuela de enfermeras, trabajé en el hospital Santa Juana. Fue entonces cuando el hijo de los Leagan, de estar siempre humillándome, ahora resultaba que sentía amor por mí y quería casarse conmigo. 

- Yo lo detestaba. No entendía como podía ser eso posible hasta que descubrí que el tema era económico porque yo heredaba una parte de la fortuna por ser parte de la familia Ardley. Al no acceder a casarme, tanto el cómo su familia, trataron de chantajearme. Consiguieron usando sus influencias de que el director del hospital Santa Juana me despidiera, de que en cada hospital de Chicago, no me emplearan. Solo una pequeña clínica me contrató para continuar con mi profesión de enfermera. 

- Es así que decidí regresar a mis orígenes, al lugar donde tengo mis más queridos recuerdos. El hogar de Pony es mi familia. Las maestras que me criaron son mis madres. Por eso, gracias a Dios y al feliz encuentro con la señora Carrington es que estoy ante Ud. Dra. Hill. Créame que si me da la oportunidad de trabajar aquí, haré mi mejor esfuerzo y más en estar al nivel de exigencia que se necesita para ser una buena enfermera. 

La señora Carrington y la doctora Hill quedaron atónitas al escuchar la historia. Luego, levantándose de su escritorio, la doctora Hill estrechó suavemente la mano de Candy. Su semblante sonriente le dio el voto de confianza que necesitaba. 

- He escuchado atentamente su relato, señorita Candy. Admiro su valor y fortaleza para sobreponerse ante las adversidades de la vida. Sepa Ud. que tendrá todo mi apoyo si decide especializarse y seguir progresando en su profesión. ¡Bienvenida al Hospital General de La Porte! 

- Dra. Hill ¿Me está diciendo que…? 

- Por supuesto Candy, es usted un miembro más del staff de enfermeras. 

- ¡Gracias! ¡Muchas gracias! –le decía Candy a la doctora mientras estrechaba su mano. 

- ¿Tendría algún inconveniente si empieza mañana? Alice le ayudará en todo lo que necesite. 

- No… no, ninguno doctora. Estoy lista para empezar. 

- Gracias Margaret por traerme a esta chica tan especial. ¡y tan risueña! 

- A ti Melanie, querida amiga. A Ti. No te quitamos más tu precioso tiempo. Cuídate y esperamos tu visita pronta –dijo la Sra. Carrington, al tiempo que se despedía afectuosamente de su amiga. 

- Adiós Candy y… ¡Nos vemos mañana! –dijo la Dra. Hill 

- ¡Hasta Mañana doctora! 

Candy y la señora Carrington salieron de la oficina. Se abrazaron felices… 



キャンディ・キャンディ




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